Arte
Del conjunto de construcciones que en el pasado compusieron el complejo monástico de Santa María de A Franqueira sólo queda en pie hoy el templo abacial. Nada resta, en cambio, de las otras dependencias comunitarias. Poco espectaculares, sin duda, desde un principio (la escasa entidad del cenobio y las particularidades que ofrece la iglesia así lo sugieren), no debieron experimentar grandes transformaciones en tiempos postmedievales a juzgar por las circunstancias en las que se desenvolvió la vida del monasterio durante los años, más de trescientos, de su pertenencia a la congregación de Castilla. Lo poco que de esas estancias restaba hace algunas décadas fue utilizado para construir la actual casa rectoral y un albergue para acogida de los peregrinos que, multitudinariamente, se dan cita en el Santuario los días de romería.
EXTERIOR DE LA IGLESIA
La otrora iglesia abacial de A Franqueira ofrece hoy un esquema con cabecera hipertrofiada, más ancha, globalmente considerada, que la nave, que nada tiene que ver con su diseño inicial. Ampliaciones y reformas tanto de época barroca como del siglo XX explican la conformación que exhibe actualmente la parcela del naciente. En origen, sin embargo, la planta de la iglesia era muy simple. Constaba de una sola nave rectangular, amplia, dividida en cuatro tramos, y una capilla, también única y rectangular, seguramente en tres tramos (hoy persisten sólo dos), dispuesta en la cabecera, un modelo, pues, sin pretensiones, idéntico en lo sustancial al que testimonian numerosas empresas gallegas desde tiempos prerrománicos. No sucede lo mismo cuando se analizan con detalle sus diversos elementos.
En el conjunto de la cabecera, destacable por su vistoso juego de volúmenes, poco y en todo caso sin interés es lo que hoy puede significarse de tiempo medievales. Muy distinta se presenta la situación al enfrentarse con el bloque de la nave, cubierta por un sencillo tejado a dos aguas, perfectamente apreciable ahora en su totalidad por haber desaparecido por completo las estancias comunitarias que en otras épocas se le adosaban a su costado meridional.
Lado norte
El muro norte de la nave está dividido en cuatro tramos por medio de tres contrafuertes, prismáticos y escalonados, que llegan hasta la cornisa. Ésta, conformada por cobijas de nacela sin ornato, se apoya en canecillos geométricos compuestos por cuartos de bocel superpuestos y un filete superior, unos y otros lisos.
En los tramos primeros y tercero, contando siempre, como en el anterior, desde el lado este, se abren ventanas, la inicial descentrada. Idénticas en su organización, repiten en todo (composición general y detalles estructurales y decorativos) las características ya señaladas al comentar su cara interna. Ocupa parte del tramo occidental, al menos desde las primeras décadas del siglo XVIII, etapa en la que se levantan sus dos cuerpos bajos (los otros son muy probablemente del último tercio del siglo XIX), una vistosa torre a la que se accede desde fuera por medio de escaleras simples.
En el segundo tramo de la nave, protegida por un arco ligeramente rebajado que ata los contrafuertes y que, limitado en su parte superior por una imposta de nacela lisa, configura en realidad, un sencillo pórtico (su valor referencial se refuerza por la presencia en los arranques de su intradós de dos figuras que, vistas sus actitudes y a pesar de su erosión, deben ser la Virgen y el Arcángel Gabriel), se abre una puerta muy simple, con arco apuntado compuesto por grandes dovelas de artista tallada en baquetón sin ornato que se prolonga por las jamabas sin solución de continuidad.
Lado sur
Está dividido también en cuatro tramos por medio de contrafuertes, apreciándose ahora perfectamente el emplazado en la esquina de poniente. Repiten todos el modelo conocido, supeditándose también al esquema descrito tanto su remate como la manera de sostener las cobijas. En el segundo tramo se halla una puerta moderna (en la cartela de su clave figura el año 1955), sucesora, sin duda, de la que en un principio comunicaba la iglesia con las otras dependencias colectivas. Una ventana, remodelada, se abre encima de la puerta, disponiéndose otra, restaurada en parte, en el tramo final. Nada ofrece de innovador con respecto a lo ya conocido.
Completa la organización del flanco meridional de la iglesia, emplazada justamente delante de la puerta últimamente mencionada, una plataforma o palco que, si bien no tiene ningún protagonismo estructural, sí posee una extraordinaria importancia desde el punto de vista cultual: se utiliza para mostrar a los fieles a la Virgen de A Franqueira en el marco de las actividades festivo-religiosas que se llevan a cabo durante los días de mayor solemnidad.
Fachada occidental
Es la principal y nuclea la atención exterior de todo el edificio. Está construida, al igual que el resto del templo, con aparejo de sillería granítica, en general bien escuadrada y asentada. Dos contrafuertes prismáticos de escaso resalte y con remate escalonado, el del norte alterado por la erección de la torre, ya citada, la flanquean.
Centra la parte baja de la fachada una espléndida portada. De marcada profundidad y muy cuidad tanto en lo formal como en lo decorativo, la componen cuatro arquivoltas semicirculares y una chambrana de idéntica configuración. La arquivolta menor, cuya clave ocupa un dosel, decora su rosca con rosetas de ocho pétalos y botón central, ocupando la arista ocho ángeles, cuatro por lado, instalados en el sentido de la curvatura del arco. Prácticamente idénticos en su disposición, presentan actitudes y, en su caso, exhiben objetos diferentes; un libro, abierto o cerrado, una filacteria o un incensario. La segunda arquivolta talla su arista en plástico baquetón liso, apareciendo en rosca e intradós sendas medias cañas sin ornato. La tercera arquivolta se diferencia de la anterior por la inserción en la superficie cóncava de la rosca de una sucesión de bolas. La cuarta arquivolta, la mayor, ofrece en su arista puntas de diamante de ocho pétalos, figurando en intradós y rosca motivos vegetales. La chambrana, finalmente, se exorna con una sucesión de pequeños arcos trebolados recortados.
Las cuatro arquivoltas voltean sobre columnas acodilladas, perfilándose las aristas de los codillos con un grueso y plástico baquetón sin decoración. Las columnas se alzan sobre plintos cúbicos (en origen decorados con castillos y leones, en buena medida desaparecidos ya a causa de la erosión). Sus basas son áticas y los fustes, monolíticos, poligonales unos, cilíndricos otros, exhiben modelos o configuraciones diversas (lisos, con estrías helicoidales o con motivos decorativos: bolas, castillos, un trenzado, conchas de vieira). Los capiteles, con desbastado troncopiramidal, tienen un enorme interés. Todos son figurados, ofreciendo unas representaciones humanas, con o sin animales, otros éstos solos, incidiendo el conjunto, presidido por una Anunciación situada en los dos capiteles externos de la jamba norte, en la contraposición del Bien y del Mal.
El ábaco de los capiteles está recorrido por un motivo, un fino baquetón liso enmarcado por surcos, idéntico al que vemos en la parte superior de los cimacios, exhibiendo la inferior una alta nacela sin ornato. Se prolongan estos cimacios en imposta por el frente del muro, enlazando a uno y otro lado con el cimacio de dos curiosos soportes que, dominados por grandes capiteles decorados con hojas lisas marcadas sólo en su parte alta, flanquean la portada. Sin otra misión hoy, al menos en apariencia, que la puramente ornamental, en su conformación actual son producto de intervenciones de época diversas. En ellos se apoyan, a modo de esfinges protectores del templo, dos extrañas y compactas figuras humanas, exhibiendo la septentrional de un reloj de sol.
Preside la portada un interesante tímpano, monolítico en origen, compuesto hoy, a causa de una fractura, por dos piezas unidas. Está nucleado por una Virgen sedente, frontal y solemne, que sostiene sobre su pierna izquierda, ya ladeado, al Niño. Encima de la Virgen, reforzando su protagonismo, se dispone un dosel en forma de castillo, situándose a un lado los Reyes Magos, con Melchor arrodillado, los tres con sus presentes en las manos, y, al otro, un personaje arrodillado y suplicante, sin duda el donante, y, tras él, sentado y con un bastón en forma de tau, San José. Sobre estos dos grupos de figuras que custodian o flanquean a la Virgen se hallan dos ángeles turiferarios, completando la decoración del tímpano dos escudos de armas (su enorme desgaste hace imposible la identificación de sus componentes) dotados de tiracol. Corresponden, con su seguridad al donante, quien con su inserción haría ostentación de su patrocinio.
El tímpano apoyado en las jambas mediante mochetas, muestra en su cara inferior, además de un tallo ondulante del que surgen, alternadamente, hojas muy estilizadas, una larga y muy útil inscripción, en parte mutilada, si bien, a juzgar por la información que de ella nos transmite Francisco de Ávila y La Cueva, quien escribe hacia los años de la exclaustración (ca. 1835 o algo después), nada esencial de su texto se perdió. Desarrollando sus abreviaciones, dice lo siguiente:
Era MCCCLXXXI. Frei Gonzalo Primo he que començou e acabou.
Lamentablemente, la pérdida de la documentación del monasterio nos impide decir algo más sobre este Frei Gonzalo, obviamente el abad que mandó labrar el tímpano y la portada y seguramente también el impulsor de la construcción, como se dirá, de gran parte del templo. Él, en consonancia con esta lectura, es quien, arrodillado y vestido, en efecto, como un monje, pues lleva cogulla, se representa implorante ante la Virgen y el Niño, culminando en su actitud o, mejor, en la escena en la que él se introduce, el mensaje que se desprende del programa iconográfico desplegado en la portada, estructurado, como ya vimos, a partir de la dicotomía entre el Bien y el Mal que se relata en los capiteles, dominados por la presencia de la Anunciación, promesa sabida de Redención, explicitada en el grupo central del tímpano y realzada aún más por las figuras angélicas que se distribuyen en él y en una de las arquivoltas, la menor.
A Frei Gonzalo, pues, pertenecerían los dos escudos de armas reseñados. Su inserción en un lugar tan destacado y visible y, sobre todo, con unas dimensiones tan notables, confiere al tímpano una posición de excepción en la secuencia de los tímpanos presididos por una Epifanía, un conjunto, vinculado a la actividad de talleres escultóricos derivados o nacidos del surgido alrededor del año 1300 en la Claustra Nova de la Catedral de Ourense, que, tal como señaló S. Moralejo, parece tener en el compostelano de San Félix de Solovio, datado en 1316 y firmado por F. Paris, su punto de partida.
Para terminar la descripción de la iglesia sólo resta por decir que en la parte alta de la fachada se halla un rosetón, hoy sin tracería, y que hasta hace tres o cuatro décadas la portada estaba protegida por un humilde pórtico de cronología imprecisa. Recuerda su existencia la huella sobre el paramento mural del tejado a dos aguas que lo cubría.
INTERIOR DE LA IGLESIA
Resulta llamativa, en una primera aproximación, la desenvoltura, esto es, la anchura y la altura de la nave, distribuida en cuatro tramos, y de apariencia poco espectacular. Los muros norte y sur se levantan sobre un banco de fábrica. Una puerta y dos ventanas perforan el primero. Aquélla, emplazada en el segundo tramo, se cierra con un arco de medio punto liso montado directamente sobre las jambas. Las ventanas se abren en los tramos impares. Exhiben idéntica organización. Constan de una sola arquivolta semicircular, con rosca y sin ornato, perfilando su arista una sencilla moldura cóncava lista. Voltea este arco, mediante imposta de nacela también sin decoración, en columnas acodilladas, con basas muy simples y fustes monolíticos lisos. Los capiteles, entregos, son de canon muy esbelto y poseen desbastado troncopiramidal. Muestran cuerpos desnudos rematados en bolas o cabecitas, motivos vegetales o animales con cabeza humana común emplazada en el ángulo exento de la pieza. Todos adornan su ábaco con incisiones horizontales, una en unos casos, dos en otros.
Una puerta y dos ventanas se practican también en el muro sur de la nave, la primera en el mismo lugar que la opuesta, las otras en los tramos dos y cuatro, es decir, en emplazamientos distintos de los fronteros. La puerta, por la que se accedía en otros tiempos a las dependencias monásticas, no pertenece en su conformación actual a la estructura inicial del templo. Es producto de una reforma posterior, como le acontece a la ventana que está sobre ella. Sí es de época la otra, idéntica en su confiración a las situadas en el costado contrario. Merece mención detallada uno de sus capiteles, el occidental, decorado con dos parejas de aves, una en cada cara. La superior, de mayor tamaño, está picando la cabeza del inferior, sobre la que se apoya, disponiéndose entre las atacantes, en la esquina del capitel, una cabeza humana.
Una techumbre de madera a dos aguas cubre la nave. Se apoya en tres arcos diafragma apuntados. Su dobladura, de escaso saliente, mata sus aristas con molduras cóncavas lisas; el arco inferior, de sección prismática, las perfila, por su parte, en chaflán, también sin ornato, aditamento que, en forma de vistosos, complejos y muy cuidados signos lapidarios (un cáliz, una estrella, diversas combinaciones geométricas, etc.) sí encontramos en el intradós de algunas dovelas el arco más occidental.
Voltean los arcos diafragma, mediante impostas de nacela desnudas, en ménsulas escalonadas compuestas por una sucesión de prismas y semicilindros o cilindros, listos siempre los últimos, que se sitúan abajo, adornados con rosetas muy geometrizadas, inscritas en círculos, los frentes y partes de los laterales de los primeros, emplazados arriba.
El ábside, único y de planta rectangular, está dividido hoy en dos tramos (determinados indicios sugieren que poseyó tres en su arranque) cubiertos por bóveda de cañón agudo. Se accede a él desde la nave por medio de un arco triunfal apuntado y doblado. El arco mayor exhibe su arista externa (la interna sigue viva) biselada y lista. Se apoyaba en origen sobre el muro, tratado de idéntica manera, mediante una imposta de nacela sin ornato, hoy repicada. El arco menor, a su vez, ofrece, con sección prismática, las aristas vivas en sus dos frentes. Se apoya en columnas entregas montadas sobre un alto y complejo basamento, muy deteriorado en la actualidad. Las basas de aquéllas presentan una simple moldura biselada, muy aplastada, divididos en tambores de altura igual a la de las hiladas del muro en que se empotran. Los capiteles, toscos, tienen un desbastado tronco cónico. Fueron repicados, conservando sólo parte de su decoración: hojas estilizadas y de poco resalte el del norte y una arpía el del sur.
Un cimacio con perfil de nacela listo, también repicado, se situaba sobre los capiteles descritos. Proseguía en forma de imposta por el frente del muro y por el interior de la capilla, sirviendo aquí para marcar el arranque de la bóveda de cañón apuntado que la cubre. Se monta ésta hoy sobre un único arco fajón de la misma directriz, idéntico en su configuración a la que muestra en el ingreso desde la nave. Coincide con él también el tipo de soporte, bien conservado ahora, sobre todo en el costado sur, en sus componentes esenciales.
En los lados norte y sur del ábside, en cada uno de los dos tramos de que consta actualmente, se abrió hacia los años centrales de la década de los cincuenta del pasado silo (ca. 1955), un sencillo arco de medio punto que sirve para poner en comunicación la capilla con unas estancias regulares, una por costado, de no mucha amplitud, que se crearon como consecuencia de la renovación y ampliación que experimentó la parte oriental de la iglesia a raíz de la potenciación del culto a la Virgen titular del Santuario.
Mucho antes de que se produjeran estas importantes modificaciones, sin embargo, el ábside medieval ya había sufrido la supresión de parte de su fábrica. En el lugar en que hoy remata al oriente se dispone-y así sucede desde más o menos el año 1700 o las primeras décadas del siglo XVIII- un arco de medio punto simple volteado sobre pilastras cajeadas montadas en altos basamentos. Comunica este arco con un espacio de planta cuadrada delimitado por otros tres arcos, doblados los de los frentes norte y sur, sencillo, como su opuesto del flanco oeste, el del naciente. Se apoyan estos arcos en pilastras que, en su conjunción o confluencia con las contiguas, acaban conformando unos muy sólidos machones. Cubre el espacio cuadrado citado una vistosa cúpula semiesférica, perforada en su remate para facilitar el paso de la luz, apeada sobre pechinas decoradas hoy con relieves dieciochescos (proceden de algún retablo de la iglesia), que posibilitan el paso a una circunferencia de base marcada por una imposta muy saliente.
Al este de esta parcela coronada por cúpula, lugar donde en la actualidad se sitúa el altar del templo, se encuentra un nuevo y sorprendente espacio. Vista su composición o, si se quiere, su compartimentación, es evidente que pretende reproducir simétricamente, utilizando incluso elementos medievales (el arco de la estancia centra y sus soportes proceden verosímilmente de la primitiva capilla de la iglesia, que habría contado en origen con un tramo más de los que hoy muestra), la ordenación de la zona opuesta, esto es, la nucleada por el ábside antiguo, apareciendo así como centro de todo el conjunto, producto, pues, de un impulso unitario, de una concepción global, al margen de reajustes de cronologías dispares, el espacio rematado por la cúpula. Bajo ella, acogida seguramente por un baldaquino, con toda probabilidad el mismo que, reestructurado o remodelado en fecha imprecisa, dentro del siglo XX, sin duda, aún hoy la enmarca, datable en origen hacia 1700 o en las primeras décadas del siglo XVIII, se colocaría, reforzando el impacto potente de su visión, muy en clave efectista barroca, la luz que desde arriba se proyectaba, la imagen de la Virgen con el Niño, Nuestra Señora de A Franqueira, la titular del Santuario, una figura, que a juzgar por lo que se desprende de su análisis estilístico, debió presidir el altar mayor de la iglesia monástica desde el momento mismo en que se construyó.
Esta Virgen, en efecto, responde por estilo a propuestas de uso muy frecuente en Galicia, particularmente en ámbitos vinculados a la Orden del Cister, en el segundo cuarto del silo XIV, cronología que, vista su semejanza formal con la figura que preside el tímpano de la fachada principal de la iglesia, también una Virgen sedente con el Niño, datable alrededor de 1343, conviene justamente a la que ahora nos ocupa. Ésta, sentada y en rígida posición frontal, perpetúa el conocido tipo de Virgen como
Sedes Sapientiae. Está trabajada en todo su perímetro, dato que confirma que fue concebida como pieza exenta.